Buenas noches, elegante hombre estrella
El fallecimiento inesperado de David Bowie conmueve al mundo
“Mira hacia arriba, estoy en el cielo
Tengo cicatrices que no se pueden ver…”
Fragmento de Lázaro, de “Blackstar”, el último álbum de David Bowie
A escasas dos semanas del fallecimiento inesperado del legendario músico, artista plástico, comediante, actor y superestrella británico David Bowie, y un casi igual de sorpresivo torrente de emotivos pésames y tributos de personas de todos los caminos del mundo, es difícil pensar qué comentarios se podrían añadir que tuvieran sentido.
Podría uno intentar resumir una carrera incomparable que no tuvo límites artísticos, haciendo hincapié en cincuenta y un años dedicados en particular a la música, resultados de los cuales incluyeron 26 grabaciones y 51 vídeos musicales. En vida, vendió alrededor de 140 millones de álbumes y actualmente, en los días después de su muerte, se ha anunciado que la música de Bowie es la número 1 en iTunes.
Imposible dar todos los detalles de una obra musical de esta magnitud, mas habría que mencionar por lo menos una canción cumbre: Space Oddity. Bowie la lanzó en 1969, cinco días antes del aterrizaje en la luna del Apolo 11. Esta canción, en la cual Bowie canta acerca de la alucinante desolación del espacio, fue usada por la BBC en la cobertura de ese primer alunizaje y además cantada en el espacio en el 2013 por el Comandante Chris Hadfield, astronauta canadiense.
Al recuento del arte de Bowie le tendríamos que sumar el haber actuado en veintiocho películas, en papeles que abarcaron desde ser extraterrestre a vampiro. Poncio Pilato o prisionero de guerra en campamento japonés en la segunda guerra mundial.
En el mundo de la moda, tuvo enorme efecto su camaleónica versatilidad identificada por los múltiples personajes que habitó y desechó en calidad de alter egos musicales, cada uno con su vestuario rompe-esquemas. Los 300 artículos personales expuestos en múltiples salas en la exposición “David Bowie Is”, montada en varias ciudades principales del mundo el año pasado, dieron amplia evidencia no solo de esta influencia sino de la manera en la que la obra de Bowie afectó movimientos del arte, diseño, teatro, cine, sonido y la cultura contemporánea en general.
Vivió Bowie una vida que en sí fue obra de arte hasta el ultimísimo momento. Este texto, de hecho, inicia con las primeras palabras de la canción Lazarus, de Blackstar, el último álbum de David Bowie que fue lanzado días antes de que falleciera. De manera sumamente privada, había laborado en la grabación y en la obra de teatro homónima a la canción a lo largo de dieciocho meses en los que peleó contra el cáncer que se lo llevó. En el vídeo de Lázaro, se observa al cantante primero acostado sobre una cama, que pasa luego a ocupar otro personaje que sale de un armario y se pone a escribir frenéticamente, como si le faltara tiempo para terminar su obra. Al final, se retira paso a paso en reversa para entrar de nuevo a ese closet que, a la luz de la muerte del artista, comprendemos también aludía al ataúd.
Además, a lo largo de esta brillante trayectoria, en las múltiples versiones de su persona que variaron de lo enormemente extraño a lo sumamente elegante, siempre marcados con una fluida androgeneidad característica – en ocasiones haciendo hincapié en lo heterosexual o lo homosexual o lo bisexual, y quizás en muchos sentidos, en todo punto intermedio – Bowie dio ejemplo de una vida que vivió completamente sui generis. En el vacío que dejó en el mundo de la cultura contemporánea, muchos nos dimos cuenta del modelo que había sido para todos los que nos sentimos algo diferentes, ajenos a lo que son las corrientes sociales principales. Mirando el mundo desde la perspectiva de una cultura familiar mexicana y en otros sentidos bastante inusual en el centro de Estados Unidos (en el caso mío), me parecía que esa figura algo rara comprendía de una manera íntima lo que era no ser comprendida y, sin embargo, no dejaba de expresar su espíritu único. Le mejor de todo, me parecía, era que él que fuera tan, tan diferente, le daba absolutamente igual.
A todo esto sería esencial agregar décadas de canciones que se fueron tornando parte de la banda sonora de nuestra vida, dejando huellas en momentos que reaparecen vitales con los primeros acordes de la canción de Bowie que sea del caso. Todos los que somos de cierta edad pareciéramos poder comentar alguna canción de Bowie que marcó época en nuestras vidas.
Y aún así, apenas conocimos a Bowie. En los recuentos de las historias, enlaces, vídeos y comentarios en las redes sociales, nos fuimos dando cuenta de su importancia para individuos desde superestrellas hasta astronautas y, sobre todo, su influencia en las vidas de un sinfín de conocidos y desconocidos, quienes en la gran plaza cibernética de Facebook o Twitter nos saludábamos y nos íbamos dando el pésame, reconociendo nuestro luto mutuo, unidos en el internet en calidad de deudos del brillante Bowie.
En este espacio cibernético fuimos conociendo al artista de otra manera, al saber de anécdotas, ver vídeos, escuchar canciones y además presenciar entrevistas que revelaban la lucidez extraordinaria con la que comentaba los cambios vertiginosos de precisamente esta era de medios sociales.
Entre las entrevistas que se difundieron en los días después de su muerte, apareció una de 1999 en la que Bowie predice el efecto de un internet apenas en su infancia. Citando a Duchamp, Bowie explica la manera en la que él considera el internet transforma la relación entre el artista y su público y cómo es que la obra de arte no termina hasta que el público la interpreta. Concluye Bowie con la afirmación de que el espacio gris intermediario entre la obra y el público se convertirá en la materia de mayor importancia del siglo XXI. Y efectivamente, a través de esta interacción mediática queda transformada su obra en las múltiples interpretaciones y reinterpretaciones compartidas por un público en estado de duelo, y nos hemos revelado nuevas verdades del arte de Bowie. Exactamente tal y como lo predijo, vivimos juntos la maravilla de un espacio gris en el que las creaciones de Bowie adquieren sentidos más completos a través de la perspectiva de los que tanto extrañamos al hombre estrella.